Cuando las luces de navidad se encienden y la ciudad
sonríe con tanta iluminación, no puedo negar que me cambia el humor. Me gustan
las navidades, siempre las hemos vivido en familia, y hemos disfrutado de cada día
festivo. Parece que la magia navideña me dé una tregua a ese ritmo trepidante,
y que muchas veces me pone de mal humor, y el entorno de paz y amor se apodera
también de esa "brujita" que llevo dentro de mí, y aparco la escoba
hasta el día 8.
No me agobian las compras, no me agobia la gente, me
gustan las comidas en familia, y todo, todo lo que la gente critica, yo lo
disfruto. Lo único que me preocupa un poquitín son los turrones, no voy a
mentir, esto de la dieta me tiene loca, pero pienso comerlos sin reparos.
A partir del día 8 volveré a ser inflexible, pero solo
conmigo misma, porque con los demás, no quiero serlo nunca y no es por el
espíritu navideño sino porque ya he aprendido que no sirve de nada. Los años
pasan y la madurez te conduce, después de muchas navidades, a saber qué es lo
que se tiene que quedar y lo que no.
Cada año que empieza me quedo con algo bueno y algo para
mejorar. E intento deshacerme de todo lo malo, lo dañino y lo que no me gusta.
Siempre queda alguna cosa, pero la ponemos en la lista de mejorar, y andando
que es gerundio. Tenemos que hacernos la
vida fácil, porque ella misma ya es complicada.
Así que a sonreír y a disfrutar de las luces navideñas, y
de esos turrones, que después ya sudaremos tinta china.
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