Estoy desesperada, avanza diciembre y todo son comidas, cenas para celebrar que se acerca la Navidad. Me encanta quedar con los amigos, compañeros de trabajo, las del gimnasio, mis compañeras de pádel, pero todo se acaba comiendo. Y si empezamos ya dos semanas antes de las propias fiestas tradicionales con estas comilonas, mejor que guarde la báscula hasta el día 8 de enero, porque empezare con dos quilos de más el día 15, (¡por lo menos! y rezando para que no sean más…) y durante las fiestas seguiremos in crescendo.
A pesar de que he comprado todas las revistas femeninas del mercado donde indica cómo comer estas Navidades sin engordar, consejos imposibles de seguir, todo sea dicho de paso, y también he ido a comprar cola de caballo, diente de león y tila, para deshincharme lo primero, y para aguantar lo segundo, estoy convencida de que mi genética, nunca cómplice conmigo, no lo va a poner fácil. Y lo fuerte de todo esto, y lo que no soporto, es que las demás comen el doble que yo y no engordan.
Mira que intento no dejarme ir para aumentar solo esos dos kilos, y no
cuatro, pero yo soy la única a la que después el vaquero no sube ni a la
de tres, y no es porque este recién lavabo, que es la excusa perfecta, sino
porque el turrón, los polvorones y comidas varias, se implantan en caderas y
trasero, en mi caso, y de allí no se mueven hasta después de muchas, pero
muchas, clases de spinning, zumba y lo que caiga. Ya lo sé, lo mejor es cerrar
el pico, pero es Navidad, y aunque los malditos vaqueros marcan el antes y el
después, a nadie le amarga un dulce, ¿no? (uno no pero más, es la perdición, y
lo sé pero la carne es débil).
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