Me meto en una reunión a las 9 en
punto. Mesa redonda, caras largas, muchos con libreta y boli, todavía hay gente
que apunta en libreta las notas de una reunión, y todos con el móvil silenciado
al lado de esa libreta, eso sí que no le falta a nadie. La reunión empieza
puntual, pero se alarga, y la gente empieza a mover pies, no
encuentra la postura correcta en las sillas, que normalmente no son de lo más
cómodo, y cuando llevamos ya una hora de reunión, algún móvil empieza a vibrar
encima de la mesa. Nadie se atreve a cogerlo y mirar, pero ves que a quien
le ha llegado el mensaje se pone nervioso, y empieza a hacer cosas raras con la
mano para intentar ver, al menos, de quien es el WhatsApp recibido. Es
inevitable, en la era de la tecnología estamos sometidos a estos aparatos y
queremos estar conectados a todas horas.
Es verdad que la reunión de este
curso de formación ha sido de lo más aburrida, pero deberíamos pensar en los
buenos modales y en apagar los móviles del todo en ciertos lugares. También
confieso, que soy la primera en no poder evitar la curiosidad de ir viendo
quien me escribe cuando el maldito aparato vibra y entiendo a la pobre chica
que está sentada enfrente mío, y que lo está pasando fatal, porque su móvil
no para de vibrar, y hasta el ponente empieza a sentirse molesto. Ella, roja
como un pimiento, coge el móvil y se lo pone encima de las rodillas, allí no
vibra como en la mesa, y teóricamente no hace ruido, pero, lamentablemente para
ella, sigue oyéndose ese rumor “ggggg”, de cada mensaje. La chica, de pelo
negro y con coleta, delgada pero con una falda muy apretada, está sudando tinta
china, e incluso hace ver que recoge un papel del suelo, y lo que está
intentando es apagarlo, pero no puede. Así que se vuelve a poner recta, con la
coleta al lado, porque al agacharse tanto se ha despeinado, con la cara
brillante del sudor y la camisa mal colocada de tanta contorsión, y su móvil
vuelve a vibrar. Ella tose, se levanta muy digna y dice: Lo lamento, desde que
tengo cinco chats abiertos en el WhatsApp, uno de las madres del colegio, otro
del de grupo de pádel, el de las amigas para ir al cine, el del club de
pasteles y el de los domingos para hacer juntas abdominales hipopresivos. Así
que mejor salgo y este curso tan interesante sobre redes sociales y
comunicación lo haré cuando haya superado el tema chats, que no como veis no lo
tengo todavía controlado.
Ha sido una situación que nos ha
hecho sonreír, pero es que es la vida misma, porque a mí también me pasa y
tengo chats con las mismas personas de diferentes temas y al final no sabes ni
donde escribes ni a quién. Con lo fácil que era llamar por teléfono. ¿No?
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