Este fin de semana estaba
encantada preparando la maleta de mi hija para que pasara una semana esquiando
con el cole. La famosa semana blanca. Como ella estaba emocionada de ir con sus
amigas, y no con nosotros como siempre, yo estaba también feliz por ella, y por
mí, porque no decirlo, ya que para mí sería, no la semana blanca, sino la
semana fantástica. Ya había cogido mi agenda y había elegido un día para ir al
cine con mi marido, con cenita incluida, no lo podemos hacer desde hace
“siglos”, otro para gastar el bono del masaje que me regalaron mis amigas
para mi cumpleaños, que ya hace un par de meses y no he tenido momento alguno
para ir, y eso que no son por falta de ganas y de necesidad, tengo la espalda
destrozada; y, también, había pedido hora para una limpieza facial.
Son de esas cosas que nunca tengo tiempo de hacerme, porque priorizo la
depilación, los pelos se ven y queda feo, pero cada día me veo la piel
más desgastada, me hago mayor, y no paro de decirme a mí misma, voy a
priorizarme un poco, pero no sé cómo y de qué manera, que todo lo demás
pasa siempre por delante. Mi marido no perdona sus espacios, su guitarra, sus
conciertos, y sus salidas en bici, mientras yo tengo que atender el resto de
cosas: la casa, los encuentros de mi hija con una amiga u otra, o inventarme
planes que nos gusten a las dos, y así ir pasando el fin de semana. Por lo
tanto, esta semana fantástica pintaba de lo mejorcito, encontraría por
fin mi espacio, PERO, y siempre hay ese pero aterrador, el sábado por la
noche mi hija se empezó a encontrar mal, y no le hice mucho caso. Nunca se pone
enferma, lo juro por lo que más quiero que es ella, y pensé que serían los
nervios, pero al acercarme la noté muy caliente y mis alarmas se dispararon,
creo que hasta se me pusieron los pelos de punta: No puede ser, ha cogido
fiebre tan pocas veces, ni de bebe en la guardería, que no me lo podía creer, y
empecé a cagarme en Murphy. Le coloqué el termómetro y estaba casi a 39.
Desesperación total de ella, porque peligraba su aventura, y desesperación
total para mí porque peligraba también la mía. Y así fue, fin de semana en casa
con fiebres altas, y pensando que quizás el lunes estaría bien, pero no ha sido
así. Mi castillo de naipes caído, y además hoy la que está en cama y a 38 soy
yo, que tampoco caigo nunca, pero quizás viene todo provocado por la misma
desilusión. La niña se queda sin su excursión preferida, y yo con la semana del
revés, sin canguro, porque está de viaje, coincidiendo que no teníamos niña, y
con todos mis planes de ensueño, como siempre, en la lista de espera. Ley de
Murphy, pero juro, en plan Scarlett O´Hara, en LO QUE EL VIENTO SE LLEVO, que
buscaré la manera de tener mi semana fantástica, porque sé que la merezco. Como
casi todas las que trabajamos, somos madres y además queremos estar bien.
lunes, 29 de febrero de 2016
lunes, 22 de febrero de 2016
Contraseñas para seguir con vida
Hoy ya me he levantado con el pie
izquierdo, porque el despertador no ha sonado, y eso que no lleva contraseña, o
quizás no lo he oído, porque llevo unas semanas de cansancio máximo. Además,
para acabar bien el día, ayer mi hija me bloqueó el móvil. No sé qué hizo, sé
que no lo debe tocar, pero el móvil es un arma actual para que los niños paren
quietos unos minutos seguidos y como no podía con mi alma, me vendí al diablo.
Lo confieso, y me castigó. Ahora no puedo recibir e-mails ni WhatsApps, algo que
me deja desconectada del mundo y no lo puedo soportar. Pongo la contraseña, una
y otra vez, que esta me la sé, y no reacciona. Mi marido me dice que debo poner
el código Puk y no el Pin, pero yo no sé dónde metí el Puk, casi no sé ni lo que
es, recuerdo que te lo dan al comprar el móvil y piensas que no te hará falta
para nada, sin embargo, ahora sin Puk estoy 'out' y tengo casi taquicardias, no
puedo estar sin el móvil, y entiendo que esta dependencia del aparato es patológica,
pero lo necesito. Me siento que me falta algo.
Así que ayer, como una loca,
empecé a buscar la caja del móvil, para encontrar el famoso Puk, el cual no me
sé de memoria ni de coña, porque ya tengo que saberme las contraseñas de las
tarjetas de crédito (si ya sé que son para todas el mismo número) la del móvil
y la del Ipad, (si son las mismas, pero no son las mismas que para la tarjetas
de crédito) más la del candado del gimnasio, la de Apple, la del ordenador, la
de Privalia, Instagram, Facebook.... y seguro que me olvido alguna. Imposible
sabérselas todas, pero además la que necesito que es la de desbloquear el
móvil, no la sé. Pero para que tanta contraseña si al final necesitas el
Puk, o la contraseña B, que es la que no sabemos nadie. Vaya mundo de locos, y
lo único que espero es que en un futuro no pongan contraseñas para el
microondas, la lavadora o el lavaplatos, porque si así fuera viviría en un
bloqueo constante.
Debo asumir que me pasaré tres
horas al teléfono hablando con Vodafone para conseguir el código Puk, que
guardaré bajo llave como si fuera mi tesoro en una libreta con todas las
contraseñas del mundo, y apuntaré en algún lugar donde guardo la libreta porque
lo más normal será que de aquí tres días no sepa dónde la he puesto, y esto es
un bucle sin fin. Quizás la solución solo es una, potenciar la memoria. Comamos
pasas. Y algo que cultive la paciencia, si es que existe. ¡¡¡Y solo es lunes,
SOS!!!
lunes, 15 de febrero de 2016
Pon un chat en tu vida
Me meto en una reunión a las 9 en
punto. Mesa redonda, caras largas, muchos con libreta y boli, todavía hay gente
que apunta en libreta las notas de una reunión, y todos con el móvil silenciado
al lado de esa libreta, eso sí que no le falta a nadie. La reunión empieza
puntual, pero se alarga, y la gente empieza a mover pies, no
encuentra la postura correcta en las sillas, que normalmente no son de lo más
cómodo, y cuando llevamos ya una hora de reunión, algún móvil empieza a vibrar
encima de la mesa. Nadie se atreve a cogerlo y mirar, pero ves que a quien
le ha llegado el mensaje se pone nervioso, y empieza a hacer cosas raras con la
mano para intentar ver, al menos, de quien es el WhatsApp recibido. Es
inevitable, en la era de la tecnología estamos sometidos a estos aparatos y
queremos estar conectados a todas horas.
Es verdad que la reunión de este
curso de formación ha sido de lo más aburrida, pero deberíamos pensar en los
buenos modales y en apagar los móviles del todo en ciertos lugares. También
confieso, que soy la primera en no poder evitar la curiosidad de ir viendo
quien me escribe cuando el maldito aparato vibra y entiendo a la pobre chica
que está sentada enfrente mío, y que lo está pasando fatal, porque su móvil
no para de vibrar, y hasta el ponente empieza a sentirse molesto. Ella, roja
como un pimiento, coge el móvil y se lo pone encima de las rodillas, allí no
vibra como en la mesa, y teóricamente no hace ruido, pero, lamentablemente para
ella, sigue oyéndose ese rumor “ggggg”, de cada mensaje. La chica, de pelo
negro y con coleta, delgada pero con una falda muy apretada, está sudando tinta
china, e incluso hace ver que recoge un papel del suelo, y lo que está
intentando es apagarlo, pero no puede. Así que se vuelve a poner recta, con la
coleta al lado, porque al agacharse tanto se ha despeinado, con la cara
brillante del sudor y la camisa mal colocada de tanta contorsión, y su móvil
vuelve a vibrar. Ella tose, se levanta muy digna y dice: Lo lamento, desde que
tengo cinco chats abiertos en el WhatsApp, uno de las madres del colegio, otro
del de grupo de pádel, el de las amigas para ir al cine, el del club de
pasteles y el de los domingos para hacer juntas abdominales hipopresivos. Así
que mejor salgo y este curso tan interesante sobre redes sociales y
comunicación lo haré cuando haya superado el tema chats, que no como veis no lo
tengo todavía controlado.
Ha sido una situación que nos ha
hecho sonreír, pero es que es la vida misma, porque a mí también me pasa y
tengo chats con las mismas personas de diferentes temas y al final no sabes ni
donde escribes ni a quién. Con lo fácil que era llamar por teléfono. ¿No?
lunes, 8 de febrero de 2016
Me voy de 'business trip'
Tengo un viaje de trabajo, que suelen siempre darme pereza, pero este es a Nueva York, y esa ciudad me tiene enamorada. Me gusta. Así que la pereza es menor que en otras ocasiones, lo que no es menor es la logística de "abandono el hogar por una semana". Aquí se nota quien controla o quien no el peso de la casa. A pesar que mi marido es de los que colabora, y no me puedo quejar, he tenido que hacer una cartulina de instrucciones para las cenas de cada día, para lo que debe hacer la señora de la limpieza y dejar post-its amarillos por toda la casa, con notas en color rojo, se ha dicho de paso, de OJO: mañana hay piscina se debe preparar bolsa, sin olvidarse bañador please. OJO: hoy toca fútbol, bolsa con el equipo adecuado, no confundir con el equipo de gimnasio del colegio, y OJO: que han pasado una circular del cole, que tú también recibes cariño, diciendo que tenemos que firmar un papel porque harán diversas salidas en grupo para un trabajo. Ver si el papel llega y firmarlo. Así que el control logístico de la casa espero que no se resienta, dado que esta vez no me quiero preocupar por nada y aprovechar este viaje para work well, y poder disfrutar otra vez de las tiendas, las calles y los edificios de película. Espero que cuando vuelva, la prueba haya sido superada para poder dejar otro destino chulo para otro mes. Oleeee!
lunes, 1 de febrero de 2016
Carnaval, carnaval…
He llegado a casa temprano, un día lo he conseguido, y estoy contenta. Dejo todos los trastos, siempre voy cargada como una mula, y saludo a mi peque que está haciendo deberes en la mesa de la cocina y me dice que este año se van a disfrazar de Arcoiris, que ya están preparando el famoso carnaval, y me entrega un papel con unas instrucciones que a mí me suenan a chino. Y le pregunto inocente de mí: cariño, ¿esto lo vais a hacer en el colegio verdad? Y me contesta que solo una parte, que lea bien ese papelito maldito donde tengo que conseguir pantalones blancos, en pleno invierno, camisa blanca o camiseta, por suerte aquí dos opciones, y una tela de medidas exactas de color determinado para hacer un faldón que tape una parte de la cintura y la mitad de la pierna, aparte de diferentes cintas de colores que cuelguen de los hombros. Lo leo y lo releo, y la única conclusión que saco es: ¿Cómo voy a hacerlo? No tengo ni idea de coser, ni de dónde ir a comprar lo que me falta, ni cuándo. Así que de arcoíris, no podía ser un disfraz sencillo como de vaquero o pirata, tenía que ser de arcoíris, que no es complicado ni nada. No sabéis como temo el carnaval porque cada vez el disfraz es más difícil, y más innovador, siguiendo la bonita idea del DO IT YOURSELF, que con un niño de once años quiere decir que se espabile tu madre, y yo arrugo el maldito papelito, y corro a llamar a mi madre para que me consuele y me diga que me lo hará ella, porque si no la que vera el Arcoíris seré yo, para poder hacer el maldito disfraz a tiempo. Y eso que hoy había llegado de buen humor...
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