Hoy hemos ido al pediatra y, en la sala de espera, recuerdo
cuando vinimos por primera vez, con el peque con días, y ahora sonrió con este
recuerdo, pero ese día se me ha quedado grabado en la mente porque tuve que ir
sola, y a parte de salir una hora antes de casa, porque tuve que ir en coche, y
las que sois madres, ya sabéis que significa eso: niño, maxicosi, cochecito,
que siempre fue una guerra, para mí porque, aunque me lo vendieron como que
todo era fácil, nunca se me plegó y desplegó a la primera. Y a esto añado:
bolsa de bebé, con todo lo que conlleva (leche, bibe, pañales, recambio y las
toallitas, las cuales convivieron conmigo muchos años).
Y para terminar, encontrar parking cerca, desplegarlo todo
de nuevo, y llegar a la hora a esta portería tan bonita donde se encuentra mi
pediatra… Pero no tiene portero, y al ver el ascensor, vi claro que el
cochecito no cabía. ¿Qué hago? ¿Lo dejo abajo? ¿Subo primero al niño, se lo
dejo con la enfermera, y bajó a por el cochecito?
No paraba de sudar, supongo que los nervios de mamá
inexperta y atacada por las hormonas, pero mi reacción fue de primeriza
histérica y esperé en la escalera casi con lágrimas en los ojos, y solo
reaccione cuando un vecino agradable se ofreció a ayudarme y subimos cochecito
y niño por la escalera. No recuerdo cómo bajé, pero sí que la vez siguiente fui
con el niño en la mochila porta bebés, que tanta gente me había aconsejado no
comprar, y que compré en cuanto salí del pediatra. A mí esa mochila me salvó
más de una vez, y no sólo por el ascensor del pediatra. Todavía sudo ahora
cuando lo pienso, pero de todo se sale y nada es tan grande como parece, a
pesar de que los primeros días desearías un libro de instrucciones para todo.
Imagen de Esther Gili (no os perdáis si blog!)
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