lunes, 25 de abril de 2016

¿Por qué a mí?


El viernes pasado me lo había montado bien. Salí temprano de la oficina, para tener tiempo de ir a comprar con calma, no de compras, sino a hacer la compra de la semana y pasar por casa a dejarlo todo, no creáis. Pero así empiezo el lunes con un dolor de cabeza menos. Sólo me quedaba acabar de hacer la maleta del finde, que  esta vez empezaba ya en viernes tarde porque el peque no tenía partido el sábado, y podíamos ya irnos el mismo viernes a desconectar. Pero al aparcar el coche, delante justo del mercado para salir después pitando, la organización era impecable, noté un golpe tremendo ente las ruedas, y el coche no tiraba ni para adelante ni para atrás. Salí del coche, me estiré en el suelo, sucio de grasa, pero me dio igual,  y vi lo nuca visto,  un cepo clavado en la parte posterior del coche. No me lo podía creer. Mientras estaba estirada en pleno parking, se me acercó un hombre,  y me ofreció amablemente ayuda. Creo que pensaba que me había dado un síncope, y la verdad es que estaba a punto, pero me levante rápido y fue él, entonces,  el que se estiró para ver si podía hacer algo. Me pidió que me montase en el coche e intentará ir despacio hacia delante y hacia atrás, siguiendo sus indicaciones que él en una postura indescriptible,  de rodillas y culo en pompa, me pedía que lo volviera a intentar mientras yo solo le veía el trasero y su pantalón beige, como iba quedando negro. Pobre chico, lo intentó, pero después de media hora, abandonó y llamó al vigilante del parking, que muy cachondo él,  pretendía con una escoba derribar el cepo. No me podía estar pasando a mí eso, un día que me había organizado todo a la perfección. Esto no lo supera ni a Almodóvar en sus mejores películas, porque viendo el señor del parking que un cepo de puro hierro no se derriba con una escoba medio rota, llamo a los pintores que tenía en la tercera planta del parking para ver si podían ayudar. Eran dos musulmanes, que casi no hablaban español, pero alucinaban también con la situación grotesca que había pasado. Yo les pedía a ambos, ¿Podrás sacarlo? Ellos en su idioma, que no entendía ni Papa, iban hablando entre ellos y poniendo cara de complicación. Me veía llamando a mi marido y explicándole que olvidásemos salir temprano porque el coche había quedado clavado. Sin embargo, uno de los pintores me pregunta si tengo gato, el de cambiar la rueda, claro, y le digo que creo que sí pero no sabía dónde. Y él extrañado, me mira de arriba abajo y me dijo: ¿Usted no cambiar nunca rueda? Y le dije tímidamente: No, yo llamo al RACC. Me miró mal, pero buscó el gato, lo encontró, elevó el coche y con un soplete fundió el cepo. Así de claro. Suerte tuve de los dos pintores resolutivos, a los que no sabía cómo agradecerles la ayuda, y porque me ahorraron una buena bronca marital y el poder salir en coche y un ataque de nervios, pero a por el fin de semana igualmente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario