La conciliación no existe. Que nos lo digan ahora en vacaciones, que los niños tienen que ir al casal a hacer vela, fútbol, pádel o tenis, mientras nosotros trabajamos. Este mes de julio, he querido combinar las cosas, y he decidido trabajar a distancia para que el peque pueda estar cerca del mar, hacer el casal con sus amigos del verano y vivir unas vacaciones más parecidas a cuando nosotros éramos pequeños y pasábamos des de San Juan hasta la vuelta al cole en el pueblo en el que veraneábamos. Era perfecto, tanto, que incluso tenía tiempo de aburrirme. ¡Cómo cambian las cosas!
Al estar sola, mi marido solo
baja y sube dos veces por semana, me he dado cuenta que hay cosas, pocas, de
las que dependo de mi marido. Sobre todo en el tema de las mangueras, y no
bromeo. Dado que para regar la terraza no he sabido colocarla bien y he regado a
medio vecindario, además de dejar la ropa tendida, y ya casi seca, otra vez más
mojada que si hubiera salido de debajo de la tormenta perfecta. Y cuando
pensaba que eso era todo, he ido a poner gasolina en el coche y otra manguera
que me ha dado problemas y me he pasado casi cinco minutos para poner 40 euros,
o salía demasiada gasolina o no salía, por tanto, otra manguera que me lo ha
puesto complicado en medio de la solana que caía. Así que estar fuera y
trabajando a distancia solo tiene cosas buenas, dado que he podido disfrutar de
más calma, a pesar de tener que seguir trabajando, he podido estar más tiempo y
de calidad con mi hijo y he aprendido a usar todas las mangueras habidas y por
haber. ¿Qué más quiero?
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