El viernes pasado me lo había montado bien. Salí temprano de la oficina, para tener tiempo de ir a comprar con calma, no de compras, sino a hacer la compra de la semana y pasar por casa a dejarlo todo, no creáis. Pero así empiezo el lunes con un dolor de cabeza menos. Sólo me quedaba acabar de hacer la maleta del finde, que esta vez empezaba ya en viernes tarde porque el peque no tenía partido el sábado, y podíamos ya irnos el mismo viernes a desconectar. Pero al aparcar el coche, delante justo del mercado para salir después pitando, la organización era impecable, noté un golpe tremendo ente las ruedas, y el coche no tiraba ni para adelante ni para atrás. Salí del coche, me estiré en el suelo, sucio de grasa, pero me dio igual, y vi lo nuca visto, un cepo clavado en la parte posterior del coche. No me lo podía creer. Mientras estaba estirada en pleno parking, se me acercó un hombre, y me ofreció amablemente ayuda. Creo que pensaba que me había dado un síncope, y la verdad es que estaba a punto, pero me levante rápido y fue él, entonces, el que se estiró para ver si podía hacer algo. Me pidió que me montase en el coche e intentará ir despacio hacia delante y hacia atrás, siguiendo sus indicaciones que él en una postura indescriptible, de rodillas y culo en pompa, me pedía que lo volviera a intentar mientras yo solo le veía el trasero y su pantalón beige, como iba quedando negro. Pobre chico, lo intentó, pero después de media hora, abandonó y llamó al vigilante del parking, que muy cachondo él, pretendía con una escoba derribar el cepo. No me podía estar pasando a mí eso, un día que me había organizado todo a la perfección. Esto no lo supera ni a Almodóvar en sus mejores películas, porque viendo el señor del parking que un cepo de puro hierro no se derriba con una escoba medio rota, llamo a los pintores que tenía en la tercera planta del parking para ver si podían ayudar. Eran dos musulmanes, que casi no hablaban español, pero alucinaban también con la situación grotesca que había pasado. Yo les pedía a ambos, ¿Podrás sacarlo? Ellos en su idioma, que no entendía ni Papa, iban hablando entre ellos y poniendo cara de complicación. Me veía llamando a mi marido y explicándole que olvidásemos salir temprano porque el coche había quedado clavado. Sin embargo, uno de los pintores me pregunta si tengo gato, el de cambiar la rueda, claro, y le digo que creo que sí pero no sabía dónde. Y él extrañado, me mira de arriba abajo y me dijo: ¿Usted no cambiar nunca rueda? Y le dije tímidamente: No, yo llamo al RACC. Me miró mal, pero buscó el gato, lo encontró, elevó el coche y con un soplete fundió el cepo. Así de claro. Suerte tuve de los dos pintores resolutivos, a los que no sabía cómo agradecerles la ayuda, y porque me ahorraron una buena bronca marital y el poder salir en coche y un ataque de nervios, pero a por el fin de semana igualmente.
lunes, 25 de abril de 2016
lunes, 18 de abril de 2016
¡El tamaño sí que importa!
No soy una persona que esté
cada semana viajando, no lo soportaría, pero sí que tengo cuatro o cinco viajes
al año de trabajo, más alguno de placer, los cuales tengo que viajar casi
siempre en avión, aparato al que cada vez le estoy cogiendo más manía. Viajar
en avión es simplemente incómodo. Tienes que llegar al aeropuerto bastante
antes porque si no puedes encontrarte con sorpresas desagradables como el
famoso overbooking, tienes que
prevenir como vas vestida, porque según lo que lleves, puedes quedar casi
desnuda en la famosa cinta de seguridad: Fuera reloj, pulseras, cinturones,
zapatos, chaquetas y por poco el sujetador, si es de los que llevan aro, porque
la sirena siempre pita. Y si pitas, viene el toqueteo de la segurata, también
incomodo, y pesado. Pero aquí no se acaba, después de todo esto, viene el
problema con la maleta. Cada vez menos gente la factura, y por tanto los
aviones no están preparados para que todos subamos a bordo con todo puesto. Yo
soy bajita, y es casi imposible llegar a ponerla en su sitio, y siempre tengo
que pedir ayuda, y las azafatas no están cerca nunca, así que al, primer hombre
alto que tengo al lado, debo ponerle cara de pena y pedirle que suba la maleta,
que es de cabina pero siempre pesa mucho, porque no logro, de ninguna manera,
que nada de lo que llevo encima, nunca, sea ligero. Lo bueno de ser como un Minion es que como
los asientos son tan estrechos, cabes, porque los altos, no sé cómo pueden
pasar hora y media, mínimo, con las rodillas casi en la boca, y ni te explico
cuando tienes que desplegar la mesita, porque te has pedido un café, la cosa se
complica todavía más, y las piernas ya las tienes que poner en plan
contorsionista para que nada caiga al suelo. Por lo tanto, la maleta tiene que
ser pequeña, el bolso XS, y tú mismo también, y aún y así, el viaje no es nada
cómodo. ¿Cómo puede ser? El tamaño sí que importa, y mucho en los viajes de
avión, y cada vez más. Así que cuando bajó de un avión pienso que será la
última, pero de momento ellos tienen la paella por el mango, y todos pasamos,
por el tubo, y nunca mejor dicho.
lunes, 11 de abril de 2016
Chiquiparc, ese lugar mágico que a los padres nos aterra
Mi hija cumple 7 años. ¡¡¡7!!!
Parece mentira y todavía me recuerdo con esa enorme barriga, el médico decía
que venía pequeña, y yo ponía cara de incrédula con mis 17 Kg de más, pensaba
que no era posible, pero lo era, nació con 2.100Kg y todo fue bien y un par de
días después del parto, mi marido, mi hija, yo y mis 14 Kg de más llegamos a
casa. Parece que fue ayer, pero no, hace 7 años de todo esto y me veo envuelta
en la frenética tarea de preparación de una fiesta de cumpleaños. Y no dejo de
pensar si los padres de hoy en día nos hemos vuelto locos. ¿Dónde quedaron esas
lindas fiestas de cumpleaños en las que invitabas a tres o cuatro amigos y
venían a casa a comer sándwiches de Nocilla caseros y ganchitos? Ahora nos
desgreñamos para celebrar una fiesta de cumpleaños, buscando un lugar especial,
invitamos a una clase entera, venga a todos, y que vengan los hermanos, los
vecinos, los primos… en casa no caben obviamente. Acabas en un chiquiparc… sí,
que felices éramos cuando todavía no habíamos pisado uno… ¿Recordáis? La
preparación se convierte en una maratón de cosas que te acaban estresando:
invitaciones, confirmaciones, extras, magos, payasos, meriendas, niños
intolerantes a todo… ¡Por dios qué estrés!
Y llega el día, ya te has peleado
con tu marido, porque estás de los nervios, y los que han confirmado no vienen,
y los que no han confirmado se presentan con dos hermanos de más y en fin… te
pasas un sábado soleado de primavera, encerrada en un Chicquiparc de 1000
metros cuadrados, rodeada de 3.000 niños desmelenados, gritando y sudando,
intentando entablar una conversación con unas mamás y unos papás que no conoces
de nada porque nunca vas a recoger a tu hija al cole.
Y te abres camino a codazos entre
las miles de personas que hay mientras intentas hacer una foto a tu hija que
está subida en un escenario con 15 niños más soplando la vela del pastel. Hay
monitores disfrazados por todas partes, y los niños no meriendan nada de eso
que le han puesto en el plato, sobra la mitad del pastel, y una chica de pirata
te dice si te lo quieres llevar… ¡Suerte que estás a dieta y tienes la mejor
excusa! Y miras el reloj y ya son 20.12
y piensas, bueno ya se acaba… pero no sin sorpresa final. Por el altavoz piden
que las mamás de los cumpleañeros vengan a la pista para bailar y acabas esta
fiesta bailando al son de
Oye, abre tus ojos, mira hacia arriba
Disfruta las cosas buenas que tiene la vida
Abre tus ojos, mira hacia arriba.
Disfruta las cosas buenas que tiene la vida
Disfruta las cosas buenas que tiene la vida
Abre tus ojos, mira hacia arriba.
Disfruta las cosas buenas que tiene la vida
Y piensas que sí,
que hay que disfrutar de las cosas buenas que tiene la vida, que hay muchas,
entre ellas, que tu hija crezca y lo haga feliz.
lunes, 4 de abril de 2016
Fin de temporada
Lo he probado varias veces,
pero no hay manera. No me gusta esquiar. Ir a pasar frío, ponerse unas botas
incomprensibles con las que no puedes andar y que te aprietan el tobillo de tal
manera que después tienes hasta agujetas, de la compresión. Otro tema es el
atuendo, y vaya tema. Yo soy mujer curvy, por tanto me puedo ir olvidando de
los pantalones arrapados, que me quedan como el culo, por tanto sólo puedo
elegir mono entero, color lo más oscuro posible, pero con el que tampoco me veo
bien porque parezco el muñeco Michelin, dado que debajo no me vale solo con una
camiseta térmica, soy demasiado friolera, por tanto con tanta ropa debajo, y
mis curvas, ya os lo digo, el Michelin se queda corto.
Una vez lo tienes todo puesto,
que cuesta ya lo suyo, viene lo que dicen que es divertido. Subir en marcha en
un telesilla, con esquís incluidos ya puestos en los pies, con esas botas que
te dejan el pie sin circulación sanguínea, y se pretende, que sin caerse, subas
con tres personas más al telesilla, que sube en altura, y no me hace puñetera
gracia, por tanto si tienes vértigo es un hándicap más en la dulce jornada, y
sin que nada se te caiga; ni guantes, ni gafas, ni cintas, ni los maravillosos
palos, que sin ellos, ya me dirás después como bajas. Subir no es fácil, pero
normalmente pasas la prueba, y tensionado para que nada se te caiga en el
trayecto del telesilla, van viendo el final,
cuando tienes que bajar, porque si no el telesilla da la vuelta y puedes
pasarte el día en plan tiovivo. Por
tanto, aunque por un momento pienso que mejor no saltar y dar otra
vuelta, los amigos de telesilla empiezan a subir la protección, que también da “yuyu”, y prefiero cerrar los ojos y saltar pensando
que no haya nadie un poco más abajo, porque me lo como. Resbalando a tope para
que la silla no me dé un golpetazo en el trasero, y con los palos en plan
banderilla, intento mantenerme en pie sin meter el palo en el ojo a nadie, y
esto es solo el principio. Ahí empieza todo. Bajadas enormes, llenas de gente,
y con los famosos remontadores que te arrastran hasta más arriba de la pista
para que puedas bajar con más pendiente. El tele-arrastre es también de lo más
cómodo, te lo colocas en la entre-pierna y te arrastra, literalmente
empujándote desde el culo, siempre que consigas mantener el equilibrio, que los
esquís no se crucen, y hagan que caigas de bruces enganchada en esa percha, con
una mano, comiendo hielo a punta pala
porque vas arrastrándote por el suelo, sin que nadie pueda ayudarte, y con la
otra mano manteniendo los dos malditos palos, que son la salvación de poder
bajar después. Ya lo veis todo muy
fácil. Y ya no os cuento como consigo bajar hasta bajo porque ni con cuña en
plan triángulo de los bermudas, consigo mantenerme en pie.
En resumen, lo he intentado
pero no es lo mío, cada uno debe reconocer sus límites, así que prefiero
quedarme sentada en la terraza tomando el sol, y que me quede la marca de las
gafas, eso sí, moreno nieve, que es lo mejor, para mí, de un día esquí. Así que
hoy mismo, pongo a la venta todo el material en Wallapop y a otra cosa
mariposa.
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