Hoy
no me puedo levantar, el fin de semana ha sido matador, no me siento las
piernas, y todo por seguir a mis amigos que decidieron ir de escalada por la
montaña, con mochila y todo, porque lo bonito es andar y no estarse quieto, en
vez de una cena tranquila para charlar.
Así
que para no parecer la aburrida del grupo, y no ser menos, a pesar de que odio
las caminatas montañeras (no es lo mío, de verdad) y como no sé decir que no…
Voy y me animo a hacer de boy scout el fin de semana. Y además prometiendo
no protestar ni una vez.
Pero
mientras subo la cuesta me voy acordando de todos, cuando me pincho con esa
ortiga en la pierna, porque tiene que tocarme a mí, claro está, ya me digo a mi
misma: "¡deberías haber dicho que no!".
Y
cuando me quedo la última de la fila y nadie me espera pensando “ya llegará”,
les mandaría a todos a tomar viento, pero al final, 45 minutos más tarde que
los demás, llego a la cima, casi sin aliento, roja como un tomate, y sudando lo
que no está escrito, pero el objetivo está cumplido.
Sentirse
bien con uno mismo es lo mejor, y la gran recompensa, porque los demás ya han
abierto las mochilas y ya han empezado a hacer el picnic sin pensar que faltaba
yo, pero el montañismo es compañerismo, y enseguida me ofrecen agua y sentarme
en el gran círculo.
Honestamente
pienso que debería haberme quedado en casa leyendo, pero como reto personal, ¡me
pongo un 10! Aunque después de refrescarme un poco y comer algo para coger
fuerzas, cojo mi mochila para empezar a bajar mientras acaban la comilona porque,
aunque la bajada es más ligera, prefiero no volver a quedarme la última y
llegar cuando ya todos hayan cenado... Cada
uno sabe sus límites, y más vale prevenir.
La
montaña no es lo mío, pero lo he hecho y sin rechistar, al menos en voz alta,
porque si pudieran haber leído mis pensamientos, otro gallo cantaría.
Yo me
quedo con reto cumplido, y a otra cosa, mariposa.
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