Exprimo al máximo los días de vacaciones, como un limón. Mi
tiempo libre, con mis amigos, con mi familia, sin horarios, sin obligaciones y
sí, sin tacones. Todo lo hago en chanclas.
Pero la última semana empiezan las conexiones, al principio
son intermitentes… un vago recuerdo de ese mail que dejé por contestar, esos
informes que quedaron a medias, la reunión que aplazamos para después de
vacaciones que se debe preparar… Ahí están esperando a que vuelva ¡Horror!
¡Pánico! ¡Esto se acaba! Se acaban los baños, se acaban las siestas, se acaban
los helados a media tarde, se acaban los gin-tonics con amigos los lunes, los
martes, los miércoles….
Es el momento de hacer balance y pensar de nuevo en todo lo
que quieres hacer mejor. Un nuevo curso, me pasa lo mismo que cuando empezaba
el cole. Estrenaba libretas, libros, estuche…
Y empiezo las listas: más gimnasio (al menos un día más),
mejorar el inglés (mi asignatura pendiente), comer más sano, dejar de fumar,
beber menos coca-cola zero, reservar tiempo para mí, organizarme mejor,
mantener la casa ordenada…. Y afronto septiembre con esas
mini ilusiones de conseguir al menos hacer una de las cosas de mi larga lista de
“buenos propósitos” para el nuevo curso.
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