Las velitas no tenían la culpa de nada |
Empiezas el día con aparente tranquilidad que se va complicando por momentos, visitas inesperadas de clientes a la oficina, que no dejan cumplir con la planificación laboral, una cita con el dermatólogo, a la que asistes cargada con dos enormes bolsas llenas de ropa escolar de los niños para el próximo curso (hacían un 10% de descuento que no podía dejar escapar) y vuelta al trabajo a apagar 3 incendios no programados.
Cuando vas apagar el ordenador para irte para a casa, el grupo de whatsapp de madres del cole (sí ese grupo que todas tenemos) te recuerda la cenita de despida de verano, con la noticia de que nadie ha pensado en el regalo de la profe.
¡Horror! Rápidamente me conecto a una web para poder comprar un masaje relajante (es lo mínimo que se puede regalar a la gran profesora de nuestros peques)… pero para mañana no lo tendremos aquí, hay que ir hasta el lugar escogido. Cojo la moto, con el casco, la bolsa del gimnasio, bolso, maletín y las dos enormes bolsas de uniformes y ¡para allá que voy! Sudada, cargada, despeinada, entro en un oasis de madera y decoración oriental con una música suave. Me atiende una mujer toda ella zen, que habla a 3 palabras por minuto, yo tengo prisa, claro, pero ella me invita a sentarme al lado de unas velas aromáticas y pretende explicarme todos los tipos de masajes que ofrecen. Más de 45. Le digo que tengo mucha prisa, uno relajante, para desestresar, que sea completo… Ni se inmuta y sigue hablándome lento, pausado… y yo me voy poniendo a 1000 revoluciones segundo.
Me mira y creo que piensa que la que necesita el masaje soy yo. Y no es mala idea, no. Pero son las 19.52 y la canguro se larga, así que lo dejaré para el mes de julio de 2016, viviendo con la ilusión de que será un mes tranquilo.
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