En julio parece que las cosas
deberían ser más tranquilas. Siempre me pasa igual, hago una lista de “buenos
propósitos” para el mes de julio, cosas que no puedo hacer durante el año;
ordenar el despacho, hacer limpieza de ropa de los armarios, poner en orden las
fotos de todo el año, preparar bien cosas del trabajo que se quedan enterradas
por los incendios del día a día… Y nunca, nunca, nunca lo consigo. Lo más
triste es que no aprendo y que sigo haciendo las listas interminables pensando
que voy a conseguirlo, que llegará un mes de julio que podré hacer todo lo de
la lista. Y encima estoy agotada… Ya no puedo más, ya no tengo pilas, y eso que
las que llevo son las del maldito conejito Duracel!
Lo peor es que creo que llevo
escrito en la cara que ¡NECESITO VACACIONES! Y es que es verdad, la semana
pasada la psicóloga cuando abrió la puerta y me vio se me quedó mirando con
cara de pena y me dijo esa frase que a mí, no sé a vosotras, me mata; “Uy que
mala cara haces, ¿te encuentras bien?”. Pues no, señora, no me encuentro bien,
necesito cambiar los tacones por unas hawaianas, el traje por el biquini,
aunque me quede como el culo, y tirar el móvil por la ventana como el anuncio
de lotería... Y es que julio se acaba, no he hecho nada de lo que me he
propuesto y llevo escrito en la frente que ¡Necesito vacaciones!