Suena el despertador a las 6.30
am ¡No me lo puedo creer! Llevo 4 semanas con los horarios del revés y de
repente debes volver a la rutina, a mirar el reloj continuamente. Empieza la
carrera: ducha, desayuno, despierta a los niños, gritos, vuelven los "va
cómete la maldita galleta que el autocar se marcha", la sensación terrible
de que no llego a nada.
Ahí te das cuenta que llevas
una vida como si fueras Josef Ajram, en la que no hay límites, creemos que
podemos con todo, y PODEMOS: Preparar las mochilas, los extraescolares,
organizar los horarios de recogida, el trabajo, las reuniones pero sin
prescindir del gimnasio, que después del verano empiezas con una energía digna
de los triatletas, los encuentros con las amigas para poneros al día después de
las vacaciones e ir de compras a buscar algo ya de nueva temporada para animarte
con la vuelta al trabajo... Sin embargo el ritmo trepidante hace que el día a día sea duro y exigente, y esperes,
casi de rodillas, un kit-kat, las primeras vacaciones, que son ya las de
Navidad y día que pasa, respiras más hondo, y más hondo, hasta que parece que
no te queda aire, y viene el parón de la recuperación. Mientras recuerdas esos
días en que el reloj se vuelve un instrumento inútil, que tienes tiempo de
todo, de charla, de piscina o playa, de leer ese libro que te ha enganchado, de
preparar una comida especial, de ir en bici, jugar al pádel o/y al tenis... En
serio, las vacaciones son lo mejor del año, y volver al reloj, a los horarios y
las prisas seguro que no es tan malo, algo bueno tiene que haber, pero ahora
mismo lo único bueno que me viene a la cabeza
es la ilusión con la que espero
el próximo verano, o las primeras vacaciones donde podamos volver a poner un
poquitín el freno de mano, porque antes de empezar a tope, ya sabemos lo que va
a venir. Así que me pongo en el iPod la canción de la película Madagascar, para
animarme: YO QUIERO MARCHA, MARCHA. Y hacía adelante con todo.
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